domingo, 23 de noviembre de 2008

Sonetos de Juan Eduardo Cirlot






Juan Eduardo Cirlot (Barcelona, 1916-1973)





I


Diamante de la noche de mi centro
devuélveme la luz que te entregué
haciendo de tu ser la sola fe
para perderme y renacerme dentro.

Diamante del destellos del encuentro
viendo tu resplandor por fin sabré
si tengo lo que pienso, lo que sé
mientras en tu belleza, me concentro.

Quisiera desgarrar mi pecho ciego,
darte mi corazón, darte mis trozos
al fin descuartizado; sé mi hoz.

Destrúyeme diamante y mira luego
de qué color morían mis sollozos.
Pero no calles más, dame tu voz.

Pág. 19




IV


Eterna prisionera del momento,
rosa dorada y sola en el desierto,
si todo cuanto brilla fuera cierto,
cierto fuera también mi pensamiento.

Eterna mensajera del lamento
azul que se levanta de lo yerto,
¿por qué mi corazón, mi desconcierto
quiere tu resplandor como elemento?

Perdido entre las cruces y los cruces
de caminos que surgen de lo incierto,
tinieblas en mi voz ya son tus luces.

Eterna adolescente del instante
te buscaré en lo vivo y en lo muerto
y encontraré tu rosa de diamante.


Pág. 22




VI

Respiración azul de la memoria,
no tengo que buscar para encontrarte;
estás en lo profundo, contemplarte
es vivir los sollozos de mi historia.

Orquesta de mi lucha sin victoria
irrupción extasiada es adorarte
sólo pensar en ti, sólo pensarte
es pensar en la rosa de la gloria.

Mi soledad te sabe desde cuando
su misma soledad no comprendía.
Antes de haber amado estaba amando.

Luego viniste tú con tu sol rojo.
Lentamente abrasaste mi agonía
Vino esa lluvia roja en que me mojo.

Pág. 24




XII


En tus muslos de rosas y de arena
la lontananza grave de mi sino,
el desatado mar de mi destino
sabe la claridad y así la ordena.

En tu torso que el sol desencadena
adoro la ascensión a lo divino
y en tus brazos de luz a mi camino
desolada se vuelve mi condena.

Tu cuerpo inaccesible contra el cielo
abre sus cataratas insondables,
sume todo mi ser en la agonía.

Tu cuerpo incandescente como el hielo
expande en lo desnudo innumerables
halos que son lo cerca en lejanía.

Pág. 30



XVI

A veces pienso en ti como si fueras
la misma destrucción enajenada,
como si fueras dueña de la nada
y dármela con llamas tú pudieras.

A veces pienso en ti como en las fieras
o como la cabeza que, cortada,
recuerda el brillo azul con que la espada
bruscamente le impuso sus fronteras.

Deshazme en tu color, mi tenebraria;
quémame con tu negro fuego lento
y niega mis raíces, mi existencia.

Deshazme en tu fulgor, sacramentaria
y fúndeme en el sol de tu elemento,
rompe mi aparición, rompe mi esencia.

Pág. 34




XXII

De pronto ha dado fin la tempestad,
un resplandor que brilla repentino.
De pronto soy un ser, tengo destino;
me circunda la blanca claridad.

Ya no me pierdo solo en soledad,
ya no me oculto, turbo y me confino
y nadie quiere herirme, herir mi sino.
De pronto está conmigo la verdad.

La virgen no me hiere ni castiga,
lo desnudo es la luz y no el tormento,
su espíritu es la rosa y es la espiga.

De pronto soy el sueño que yo sé,
acaba en melodía mi lamento.
Ella me reconoce aunque no ve.

Pág. 40




XXIII

Ya nunca volveré a la claridad
y nunca olvidaré que la alabanza
es siempre una expresión de la esperanza
en medio de la heridad oscuridad.

Ya nunca dejaré mi soledad
por ver si la pasión que a mí me alcanza
prosigue en otra rosa lontananza
y no maldeciré mi enfermedad.

Ser diferente a todos es victoria
que se puede pagar con sufrimiento
al margen de las hojas de la gloria.

Ser diferente a todos es un don.
El mundo es un relámpago, momento,
en el que solo soy donde no son.

Pág. 41





XXVII

Princesa prisionera de la nada,
princesa prisionera de la suerte,
princesa prisionera de la muerte,
princesa del abismo en la mirada.

Princesa de la noche de la espada,
princesa de la noche de lo inerte,
princesa de la noche que se vierte,
princesa sin amor y enamorada.

La luz de tu tristeza de princesa
brilla en la claridad de este lamento,
es luz que no comienza y que no cesa.

La luz de tu belleza de princesa
brilla en la eternidad de este momento;
princesa del horror de ser princesa.

Pág. 45




XXIX

Mediadora del cielo y de la sangre
deja que mi existencia se reduzca
al brillo a que tu fuego me conduzca
y deja que en tu orilla me desangre.

Dueña de la dulzura tenebrosa
y del fulgor oscuro de la muerte,
tan solamente a ti vaya mi suerte,
rosa del sufrimiento, negra rosa.

Deja que deposite ante tu espada
los palpitantes trozos que yo soy,
los restos de cristal en que consisto.

Pues para ser en ti no he de ser nada.
Voy a la destrucción y como voy
ya sé en el sol del alma que no existo.

Pág. 47




XXXIX

A tu fulgor helado te traduces,
rosario de las sombras que deduces
de tu color de suaves contraluces
donde te reconozco y me reduces.

Entre espinas y ortigas, entre cruces
y rosas se evidencia que trasluces
el centro del martirio; reproduces,
virgen, la eternidad en que reluces.

Con tu nevar dorado me seduces,
me pierdes y me dejas en los cruces
lentos e inextricables a que induces

Lirio de la locura, tú conduces
al hielo del umbral en que produces
insomne desvarío entre tus luces.

Pág. 57



XLI

Altísimas y oscuras escrituras
graban todos los rostros del horror,
establecen las ruinas de los reinos,
definen lo morado del crepúsculo.

Escrituras no escritas ni pensadas,
escrituras que son en el abismo
y dirigen los turnos de los ceses
entre un grave fulgor entrecortado.

No dicen, no sollozan, no suplican,
hacen desde su centro inconmovible
y a veces transparentan su locura

en una dulce frente de doncella,
o en una espada negra y enterrada,
o en mi propia escritura cineraria.

Pág. 59




XLIII

Alguien está llorando en primavera.
Los dedos reconocen negros muros,
se apartan de la tierra lontananzas
y se evaden, sin paz, en las alturas.

Un rostro de color de sufrimiento
transparece en la tumba de las letras.
La brisa iluminada no separa
las palpitantes sombras que se buscan.

Las rosas nacen grises junto al triste
reflorecer de inciertas esperanzas.
La vida está cansada y se arrodilla.

Los caminos no son sino una música
que viene y que se va con los relámpagos.
Alguien está llorando en primavera.

Pág. 61



XLIV

Ya sólo puedo ser lo que tú quieras:
piedra, fragmento inútil, desconsuelo,
obstinación azul de lo lejano,
aletazo del ave que se aleja.

Ya sólo puedo ser lo que me dejes
ser ante tus estatuas invisibles:
roca llena de signos, sufrimiento,
fíbula de cristal, reflejo, brasa.

Cuando murió la luz de las esvásticas
el hierro de mi día se quebró
y mis guantes de fuego se murieron.

Si sigo ante la puerta de tu ser,
princesa, rosa, diosa, lo que fueres
es que espero de ti que me condenes.

Pág. 62





Selección de 44 Sonetos de Amor
Juan Eduardo Cirlot
Ediciones Península, Barcelona, 1993.
110 Págs.

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